Para mi la navidad siempre fue verano y hablar de calor de hogar no era una metáfora, los mejores recuerdos que conservo en una caja de cristal son de aquellas en las que viajábamos durante dos días por carreteras resbaladizas y angostas para llegar a la casa de mis abuelos donde nos pasábamos los días enteros entre el río y los árboles de fruta. Jugando paradójicamente a la escuelita durante las vacaciones.
La casa de los abuelos fue la primera escuela de la vida, con mis hermanas soñábamos que al crecer seríamos profesoras o doctoras o cualquier profesión que tanta falta hacía por los alrededores, y volveríamos juntas con nuestros títulos a cuestas para trabajar en la tierra de nuestros amores.
La navidad nunca fue los regalos, porque mi niñez estuvo marcada por la hiperinflación y con pocos años los niños de mi generación aprendimos que el dinero no crecía en los árboles y que existían cupos para todos los alimentos básicos… pero con el esfuerzo de nuestros padres continuó siendo el momento mágico en que nacían los buenos sentimientos y los niños buenos eran recompensados.
Tal vez por eso me cuesta tanto encontrar una manera de evitar la nostalgia de estar lejos de casa, es más fácil reemplazar los regalos que el sentimiento… sin embargo he aprendido que ante la adversidad más vale levantar la cara y juntar toda la fuerza del corazón para poder seguir adelante, así que, para todos los lectores de estas humildes letras les dejo los mejores deseos en estas fiestas, bendiciones para sus hogares y sus seres queridos.
¡Feliz navidad!