sábado, 19 de diciembre de 2009

Espirales

Varían los seres humanos entre si, como varia la velocidad a la que envejecen y varia también la combinación que permite a nuestros espíritus vivir en presente, futuro o pasado, a cámara lenta o velocidad crucero.

Pocos son los momentos en que somos concientes y logramos elegir, mayormente nos asemejamos a títeres bailando la danza del destino. Y puede ser que alguien discuta que el tiempo pasa igual para todos, que un minuto tiene 60 segundos en todos los rincones del mundo, pero ese asunto es una cuestión meramente organizativa; puedo continuar diciendo que puede ser que el tiempo pase igual pero cada uno de nosotros no pasa a través de él de la misma manera.

Un amor, un área de trabajo, un grupo de amigos, una ciudad, ¡infinitas variables! Solo la experiencia nos ayuda a comprender el paso del tiempo, solo los ojos puestos en el pasado nos enseñan la realidad.

He tenido un amor que me forzaba a vivir en el futuro no formado de mi misma. Un eterno suspenso al que no se asomaba el mañana, mientras se perfilaba gris y húmedo. El tiempo a su lado se resume en una noche, siempre alerta, desechando estrategias defensivas, interceptando mensajes y descifrando claves. Intuyendo a tientas en la oscuridad palpé mi futuro, encontré un nervio conector donde mi pasado y mi futuro intercambiaron un par de palabras, “resiste” me susurró calidamente, “las heridas se convertirán en cicatrices que te mostraran el camino”, y supe que debía concentrarme en sobrevivir.

Y conocí otro amor bálsamo y guarida. Conjugado en pretérito pluscuamperfecto porque los cuentos de hadas no existen pero pertenecen a la realidad. Y a su lado pase un día en cámara lenta mientras curaba las heridas.

Conocí lugares en los que viví a máxima revolución sin ser conciente del paso del tiempo… cuando pensaba en la luna y la buscaba, el sol ya había salido y no contaba con un instante que desperdiciar, la vida se escurrió entre mi manos como el agua de un grifo que ya no la contiene y sabes que la estas perdiendo y colocas un dedo absurdo y aún así huye, se escapa tan rápido que no puedes recordar el paisaje, las sombras y de pronto han pasado años que no puedes ni siquiera resumir, porque la palabra que encierra al tiempo que pasa deprisa se llama vacío.

Como también he tenido amigos con los que viví un pasado de mi misma, anclada a ideas que ya había pensado, por temor a lo que vendría, a los cambios. Aferrándome a lo que debía dejar pasar, no siempre pude encontrar coraje para que el río recobre su cause.

Escarbando entre mis recuerdos he recuperado una piedra de colores en un lugar etéreo e intemporal, donde he sido niña, mujer y anciana. Descubriendo para mi misma que intentar medir el tiempo es tan absurdo e inútil como intentar vivir para siempre.

Porque varía la velocidad a la que se envejece y se regresa a la niñez, los saltos al futuro no mantienen un ritmo que se pueda reconocer y el pasado solo nos devela lo que debíamos aprender cuando logramos interpretarlo.