miércoles, 22 de julio de 2009

Where you lead

sábado, 11 de julio de 2009

Apologia de una Bruja potencialmente anarquista

No lo decidió de la noche a la mañana, sopesó alternativas una por una, elaboró extensas listas de pros y contras y luego de la respectiva valoración no encontró razón alguna que le obligara a mirar atrás. Maletas en mano se permitió el último acto sentimental y emitió un suspiro nostálgico mientras decía adiós con la mano a su querido “Había una vez” rumbo al añorado “Lugar lejano”.

Con aplicación estudiantil leyó todas las guías de la “Witch on the road” memorizó programas del “Magical Geographic” en los que se detallaba su destino. Pero nada la preparó para lo que le tocó vivir: Interrogatorio en aduanas exigiendo el permiso –“actualizado y sellado en la embajada por triplicado, por favor”- de la Portación de varitas mágicas, registro internacional de Tenencia de polvos mágicos y vacunas especiales que le autorizaran el ingreso de “Ingredientes vivos”.

El siguiente paso: Buscar trabajo. Gracias a la acumulación de conocimiento familiar, era experta en la preparación de pócimas, no existía en el mundo una receta que no pudiera seguir, sin embargo, ella soñaba con escribir alguna; crear la pócima perfecta con resultados asombrosos. Pero “Había una vez” era tajante en cuanto a sus leyes,

- Los príncipes Debían ser azules.
- Las brujas Seguían las recetas. Y
- Los libros las Escribían y dictaban.

Por de más esta explicar que no era un trabajo remunerado, preparar pócimas era la obligación de una bruja bien comportada.

Cuando intentaba explicar los motivos por los que dejó atrás su terruño elegía la explicación simple: TRABAJO. Pero esta palabra tenía el don de convertirse en ovillo que se desenredaba para guiarla hacia lo más profundo de sus sentimientos.

“Había una vez” le pagaba en orgullo –falsa moneda- a cambio de su trabajo de preparadora de pócimas su familia recibía una razón que le permitía alimentar el orgullo familiar, pero nada que se pudiera intercambiar en el mercado bursátil. Y es bien sabido que no se puede vivir del orgullo, pues la única manera de prepararlo es al horno y a la larga es dañina para el hígado.

Entonces pensaba en RETRIBUCIÓN JUSTA y aún así era una respuesta incompleta. En un “Lugar lejano” le otorgaban una retribución conveniente por su jornada laboral lejos del fogón. Ésta le permitía vivir dignamente y ahorrar una que otra moneda para sus vacaciones en Oz. Con todo eso, la verdadera palabra que resumía sus razones era OPORTUNIDAD, carente de sentido si no se daban mayores explicaciones.

Ella quería la oportunidad de trabajar donde se sintiera útil (creando pócimas), recibir retribución justa y ser reconocida por su trabajo como un individuo, lejos de su género, origen o condición. Quería ser parte del mundo como una pieza de un puzzle y no como carne de cañón como le había tocado ser por herencia.

Tal como siguen las historias que ocurren en estos lugares, pasaron más de mil años y la Bruja apátrida no perdía la esperanza. Cada tanto llegaba a sus manos la noticia de que más brujas participaban en el proceso de creación de pócimas: Como talladoras del atril donde se acurrucaba un libro; Como hábiles tejedoras de sus hojas mágicas; Incluso alguna, la más preparada, llegó a diseñar los dibujos de la portada. Aunque la llenaba de orgullo sabía que no era suficiente y que casi se convertía en farsa, en realidad ninguna bruja tenía la tinta del poder en sus manos.

Y el estancamiento le preocupaba, sobre todo al escuchar a jóvenes hechiceras –hijas de brujas pioneras en el trabajo lejos del fogón- decir que al crecer volverían a sus raíces, como las abuelas suyas a repetir conjuros y memorizar ideas. Porque no tenía sentido la doble jornada, porque se estaban perdiendo los valores familiares, porque si insistían en trabajar fuera de casa el sistema económico colapsaría, porque la sola idea las dejaba agotadas, porque no palpaban un avance real de su condición de brujas… porque no les daba la gana.

Tenía entonces ganas de explotar, de organizar mítines y repartir panfletos o escribir el maravilloso conjuro que solucionaría el conflicto… pero la impotencia le ganaba la partida, en las tardes de sol añoraba el hogar y sentía deseos de regresar, preguntar a la Malvada Bruja del Oeste por el diseñador de sus zapatitos de rubí, repetir que no hay nada como el hogar y regresar a donde las cosas no cambian para seguir contando historias intemporales que empiezan con tres palabras mágicas:

“Había una vez”…