viernes, 24 de enero de 2014

De cara frente a la violencia de género



Estábamos entre amigas, recordando anécdotas del pasado, riéndonos de nuestra inocencia y pasajera estupidez… pasando un buen rato. El tono de la conversación no cambiaba, a pesar de los temas que íbamos contando, como me pasa muchas veces, la reflexión ha llegado un mas tarde, comparto algunas de mis historias…

Tenía 20 años aproximadamente y como una buena universitaria salí de fiesta con un grupo de amigos a mitad de semana, por supuesto que acepte la invitación tardía para poder estar cerca del chico que por entonces me traía loca. Cerca de la media noche decidí irme ya que al día siguiente trabajaba. Al despedirme del grupo, un hombre mayor al que no había dado importancia durante toda la noche y que había sido parte del grupo desde el inicio, me pide que me quede, ya que todos estábamos pasándolo muy bien, yo sonrío, me disculpo y continuo despidiéndome el grupo, el hombre, que no ha entendido que me quiero ir, me ofrece 100 $us si me quedo… -para que se puedan hacer una idea, 120 $us era lo que yo ganaba en un mes de trabajo, pero ese no es el punto- en ese instante no se me paso por la cabeza lo inapropiada que era la oferta ni lo que implicaba, a mi no se me ocurría que alguien, menos un tipo más grande que yo, pueda pensar que era una puta, así que rechacé la oferta cortésmente y me fui a casa al mundo de algodón de azúcar. Fue al día siguiente, mientras ponía a mi mejor amiga al corriente de todos los detalles, en que caí en cuenta y tuve ganas de partirle la cara, pero ya era demasiado tarde.

Más cerca de los 30 que de los 20, trabajaba como socorrista en una playa del Maresme de Catalunya, era bastante sociable y amable con los socios del Club para el que trabajaba, como también era amable con el resto de empleados. Entre estos últimos, se encuentra el chico encargado de limpiar la piscina, con quien solíamos tener, las que yo consideraba conversaciones de cortesía, un día sin embargo, me invito a salir, no estaba interesada en él porque no teníamos nada en común, le dije muy amablemente que “gracias, pero no gracias” y antes de que pueda darme cuenta, mientras se iba de la piscina conteniendo la rabia me dejo muy claro que yo ya no era una niña, que el tiempo pasaba muy rápido y que no me hacía más joven… no pude entender lo que pasó, fui incapaz de reaccionar a tiempo y como muchas otras veces en mi vida, no tuve la agilidad para responder.

Meses más tarde, cuando había regresado a las clases del máster, para estudiar la materia más complicada del semestre, solíamos reunirnos entre extranjeros en la biblioteca de la universidad, debo aclarar que no era una actividad única o nueva cuando por falta de quórum cambiamos la biblioteca de la UB por la de Santa Coloma de Llobregat, que era la zona donde vivía el único del grupo que tenía tiempo para estudiar un sábado por la mañana. Aunque para mi significaba un desplazamiento de más de una hora, acepte porque necesitaba que me explicaran los ejercicios de la última clase. En la pausa del medio día, me propuso comer en su casa y volver más tarde a la biblioteca -yo que no pienso que todos los hombres son unos cerdos- acepte agradecida, ya que comer fuera durante el fin de semana, era algo que podía abollar mi triste presupuesto. Las cosas pasaron tan rápido que no soy capaz de recordar los detalles, estamos sentados en la mesa de su comedor, yo tengo frente mío un plato de pollo con bastante caldo y no tengo cubiertos, pero no es un olvido, es una cuestión cultural y no quiero ser quisquillosa, me estoy rebanando la cabeza pensando cómo voy a comer un plato que tiene caldo con las manos. Mientras tanto él ha encendido el televisor… ¡en un canal porno! e inmediatamente después intenta besarme… el cuadro, no necesito explicarlo, es desagradable, agarro mis cosas y salgo corriendo… lo absurdo del caso, si es que existe algo mas absurdo, es que fui incapaz de volver al grupo de estudio, la sola idea despertaba unos sentimientos muy desagradables y nunca pensé que podía pedir ayuda, denunciar o quejarme, simplemente hice un acto de desaparición y lo deje pasar.

Si bien, son anécdotas que solo me causaron un malestar pasajero, no salgo del asombro pensando, lo mal preparada que estoy para enfrentarme a un acto violento, en situaciones como estas, me han pasado un montón pero solo he contado las que recuerdo con más detalle, no levanto la voz, no me quejo, no digo que es algo incomodo o inadecuado o exijo que me pidan disculpas, simplemente quiero desaparecer, porque no sé si he hecho algo malo, no comprendo cual ha sido mi señal para que un hombre decida que tiene el derecho de acercarse a mi o reclamar algo de mí.

Mientras busco la frase final para terminar con esta historia, algo dentro mío me empuja a justificar, a medir el daño causado, como si la agresión perdiera importancia cuando no ha dejado marcas de golpes o embarazos no deseados, es muy duro descubrir que ante mis propios ojos, sigo siendo la culpable, y que dentro de mi razonamiento, el hecho de que sean “inofensivas”, las descalifica como argumentos en contra la violencia de género.

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