miércoles, 29 de abril de 2009

¡Es lo que hay!

Me he golpeado la nariz, esa que me guía por la vida instintivamente, me la he golpeado con la puerta de las oportunidades, tanto estudio, tantas maestrías, especializaciones en comercio internacional y…¿ todo para que? … para que al aplicar el plan b, el de emergencia, el que me mantendría a flote hasta encontrar un trabajo en mi área… quede tan contenta que no entro en mi… ¡es el peligro de trabajar con niños!

sábado, 25 de abril de 2009

Casting

martes, 21 de abril de 2009

La guerra del fin del mundo

...Es como un manual de latinoamericanismo; es decir, en este libro uno descubre primero lo que no es América Latina. América Latina no es todo aquello que hemos importado. No es tampoco Europa, no es el África, no es la América pre-hispánica o las comunidades indígenas, y al mismo tiempo es todo eso mezclado, conviviendo de una manera muy áspera, muy difícil, violenta a veces. Y de todo eso ha resultado algo que muy pocos libros antes de Os Sertoes lo habían mostrado con tanta inteligencia, con tanta brillantez literaria. Yo quedé deslumbrado. O sea, en verdad creo que la persona a la que le debo haber escrito La Guerra del Fin del Mundo es Euclides da Cunha...

Mario Vargas Llosa

Fragmentos del libro "Diálogo con Vargas Llosa, por Ricardo A. Setti." (1988), publicado por la editorial costarricense Kosmos




Le debo un post y quizás la tarea me resulte grande, como siempre mido mis fuerzas antes de iniciar el camino. Hace cuatro meses llegó a mis manos un libro llamado “La guerra del fin del mundo” venía acompañado de otros autores como Cortazar, Paz Soldán y para ser sincera Vargas Llosa me da “no se que” desde que incursionó en la política, por eso el libro fue quedando relegado al ultimo lugar de la lista.

Las primeras páginas no fueron de mi agrado, mucha religión, demasiada política, conflictos que ocurrieron en un siglo al que no pertenecí y sin embargo me parecían tan palpables que cada página me resultaba imposible de leer, pero seguía con la lectura fiel a mi costumbre de abandonar un libro en la última página y no antes.

No supe en que momento me vi atrapada en cada párrafo ganándole tiempo al tiempo para poder llegar rápidamente a destino, con solo el título sabemos que todos van a morir, pero como en toda tragedia se necesitan testigos que cuenten la historia y la curiosidad no podía esperar para saber si sería el intelectual, el periodista o la mujer de a pie. No crean que estoy destrozando el final de la historia pues si se atreven a leer este libro sabrán que el final y le principio pueden ir juntos y aun así sorprenderte.

Entonces me dio por desgranar a los personajes, a analizarlos, compararlos, hacerlos míos y luego regresarlos a su lugar de origen y darles una nueva mirada para intentar comprenderlos.

No he leído una obra en la que describan con tanta cabalidad el problema de los intelectuales, me refiero a eso de hacer teoría todo lo que ocurre y si estos son idealistas la facilidad por poner títulos a las guerras ajenas y creer que todos pelean por la misma causa, como tal, el intelectual no podía ser quien relate la historia, no podía porque el pensaba que Canudos luchaba por el anarquismo. Él venía de una guerra europea, donde tal vez -y a riesgo de equivocarme- son más intelectuales que viscerales, por lo menos los líderes. Venía de una guerra organizada y bien estructurada tratando de inmiscuirse en una guerrilla sin forma, grupos de personas que reaccionan como el cuerpo ante el dolor, sin plan, sin fin, de una manera incomprensiblemente articulada.

El periodista, un personaje verídico por cierto, es quien atraviesa por todos los cambios que debes sufrir para entender una realidad antagonista a la tuya, e irónicamente el no puede ver, supongo que el hecho de que en la novela pierda los lentes es una cuestión como la del principito, lo esencial es invisible a los ojos, y le quitan los ojos físicos para que pueda abrir los del alma, para decirlo de alguna manera. Toca fondo y se encuentra con sus mayores temores que le hacen reestructurar sus pensamientos, nada de elegir un bando, pues los años de estudio no se lo permiten, es simplemente aprender a mirar el calidoscopio por agujero correcto y contemplar las maravillas que le ofrece.

Porque eso es la novela, la falta de una visión completa, la manipulación de información, el desconocimiento, me vi sintiendo lástima por el varón de la caña, por los militares que van ciegos a una guerra que creían ganada, el temor de los soldados al encontrar resistencia invisible. Y los propios sertoneros que entregan la vida por un sentimiento más que creencia, totalmente incomprensible para quienes no han sentido el toque. Sentí rabia porque esas luchas de poder destruyen a los mas pobres, se los ataca en la prensa, en la televisión, con cuentos de masas estúpidas que violan y roban a la gente “bien” sentí impotencia y finalmente fe… no una fe religiosa que me lleve al lado místico de mi ser, fe en mi gente, en la gente del mundo, de que pase lo que pase y sea cual sea el precio, encontrará la manera de regresar al cause equilibrado del mundo.

¿Quién relata la historia? había olvidado que sucede en América Latina, por lo tanto se levanta la voz intelectual y la voz del pueblo… como les dije, un libro que no deja de sorprenderte aun cuando te anuncia anticipadamente cada acontecimiento.

Como decíamos con Utópico en una de nuestras interminables tertulias virtuales, Macondo es el verano de América Latina, incluso el otoño por todas esas partes tristes que sabes que siguen ocurriendo, como el caso de la planta bananera que en menos de una década no dejo prueba alguna de su existencia, pero Canudos, Canudos es el invierno, la lucha por sobrevivir, el momento en que las semillas caen de los árboles, preparando el terreno para lo que viene… porque a fin de cuentas y aunque no lo crean, en ese continente de constante revolución también existe la primavera.

viernes, 17 de abril de 2009

Desde Etiqueta negra

Leer Rayuela es descubrir personajes que de alguna manera viven dentro de nosotros, seamos el inconformista y soñador Horacio, la irrepetible Maga, el tranquilo y constante Traveler o simplemente la apacible Talita. Todos estamos desparramados entre las letras de Julio Cortázar y tal vez es por eso que la universalidad de su historia no muere con el paso del tiempo.

Me he encontrado sin embargo un artículo en la versión virtual de la revista Etiqueta Negra (publicada desde el Perú) y no he podido evitar el impulso de escribir un mensaje a la autora para que me permita colgar su articulo tal cual en este rincón de la red.


Nacen preguntas acerca del “momento” ese tiempo y lugar que nos llevan a crear algo y no se vuelven a repetir, pues imaginar al Horacio en las calles actuales de París… resulta un tanto imposible. Me pregunto si Cortazar hubiera tenido la genialidad de escribir la misma novela en las calles llenas de comida rápida y grandes almacenes.


Como estoy corta de tiempo, les dejo sin más comentarios personales el artículo escrito por Ana Laura Lissardy, espero lo disfruten.


Instrucciones para buscar un personaje de Cortázar en París y no encontrarlo

¿Por dónde andarás, Oliveira, en estos días de calor y olores rancios? Me pregunto si estarás fumando galoises debajo de un puente en París o si andarás contando los pesos en Buenos Aires. Ahora que lo pienso, a vos nunca te importaron los pesos. ¿O sí? ¿Cómo saberlo? Sos ese tipo de persona que no se traga las líneas que le quieren hacer recitar. Si fueras Adán, no morderías nunca la manzana. Pero, ¿cómo saber quién es Oliveira cuando Oliveira no es? Cuando estás solo y no sos escrito. Cuando no tenés siquiera tus palabras, tus noemas, tus no-pensamientos. Tal vez estás sentado en el cementerio de Montparnasse, fumándote un cigarrillo junto a la tumba de tu amigo Julio. Yo estuve ahí y no te encontré. No estabas tampoco en el Pont des Arts, y eso que te busqué. No estabas en la rue de Seine, ni en el Quai de Conti, ni en el boulevar de Sébastopol. Tampoco en la rue des Lombards (donde no estaba ni siquiera madame Léonie). Y lo más extraño es que no te encontré en la rue de la Huchette. Subía un fuego sordo, sí, de voces que quieren pero no pueden, de silencios incontenidos y vocales deformadas. Pero no había más. Y el más y el menos son simples mapas mentales, estrategias para… ¿Para qué era, Oliveira? Son muchas las preguntas que quisiera hacerte. Tal vez por eso, cuando ya había recorrido la rue de la Huchette varias veces, para arriba y para abajo (arriba y abajo que, como decís vos, son simples denominaciones, zanahorias que ya no engañan al burro; y agregaría: ni al perro, ni siquiera hubieran engañado a la oveja Dolly) un hombre me paró para preguntarme «Pourquoi es-tu tellement triste?». Y así, al improviso, me di vuelta pensando que eras vos. Porque no se puede lanzar una pregunta así a un desconocido si no se es un poco Oliveira. Si no se te conoce, al menos. O quizás se puede. En tu París sí que se podría. ¿A que sí? «Je cherche à une personne», j’ai dit avec mon pauvre français. «Alors, sorriut!». Sonreí sin ganas, porque no había nada de qué reír. Porque caminando por la París-Oliveira, buscando señales, símbolos, ranas o, cuanto menos, algún caracol, encontré calles de burgueses, turistas, fast foods e internet points. Encontré una París de final de comedia hollywoodiana. ¿Quién sabe cómo era entonces? ¿Cómo era esa París de los años sesenta? Esa París tan naïf, donde uno era la ciudad y la ciudad era uno mismo. Quién sabe si no eran tus anteojos (¿usabas anteojos, Oliveira? ¿Lentes, lentes usabas? Una de las tantas cosas que no sé y querría saber), si no eran tus gafas de miope o astigmático que te hacían ver esas callejuelas de cemento, turistas y «entre, entre, nous avons du bon vin», como las otras que supiste des-andar en busca de la Maga. A propósito, de la Maga ni sombra. La busqué incluso en la librería de la rue de Verneuil, donde iba a jugar con el gato. Pero no había gato, ni Maga, ni siquiera librería. Sólo un camión de basura y un nene cayéndose del monopatín, porque la calle estaba llena de tubos amarillos, bolsas de arena y dragones de plástico. Imagino que la librería donde la Maga pasaba sus tardes fue sustituida por algún restaurante vietnamita o indio, o un negocio de artículos para la casa, porque era lo único que se veía por ahí. Y el señor del gato, ése que sabía tanto de historiografía y libros, estará jubilado o empleado como cajero en alguno de esos supermercados «Proxy» de luces de neón y leche en oferta especial 3×2. Pero de la Maga, nada. Tampoco de vos.


Página dos

Página tres

domingo, 12 de abril de 2009

Un blog para quien le gusta escribir es como el karaoke para quien le gusta cantar...

No se trata de que lo hagas bien o mal, lo importante es que te diviertas.

martes, 7 de abril de 2009

Sarah Haskins in Target Women: Chocolate

Me quedo sin palabras...




Más en Current

Siento no poder hacer una traducción adecuada, tampoco encontré un link del vídeo con subtítulos, pero creo que las palabras no son tan necesarias...

viernes, 3 de abril de 2009


Me gusta el sonido de mi nombre, a riesgo de pasar por narcisista, me parece un sonido dulce y melódico, me gustan los diminutivos por los que me llaman en casa, los apodos que han nacido de conjugaciones inverosímiles, como dice la canción, mi nombre me sabe a hierba…

jueves, 2 de abril de 2009

Gitana


Gitana en Yahoo! Video

Un poco de ritmo para el fin de semana, reciclando un tema de los fabulosos cádillacs como soundtrack de la noche del viernes...

Vamos a bailar! toda la noche!
al ritmo de la banda! hasta que explote!