Nací bruja con vocación de hada madrina, entonces creía en el destino y la escasa posibilidad de escapar de él. Por mis orígenes mi futuro era ser bruja y eso estaba fuera de discusión.
Desde mi tierna infancia se notaba cierta diferencia con mis congéneres, mientras las otras brujas infantes atrapaban sapos y culebras para sus maleficios yo buscaba la manera de dejarlos en libertad o de darles un mejor oficio como mascotas y amigas antes que simples ingredientes. Atribuían mis excentricidades a los cambios que sufrió la luna durante mi nacimiento y sin más, dejaron el tema pasar y el agua correr.
La adolescencia como a cualquier otro ser, me golpeó fuerte al contrastar con mayor relevancia mis diferencias, mis compañeras convertían en sapos a los miserables príncipes que rondaban la escuela, mientras que yo iba por los campos buscando remedios caseros para sus encantamientos… porque al no ser princesa no podía romper los embrujos a fuerza de besos, debía estudiar las diferentes maneras, las opciones de re convertirlos sin buscar mayor recompensa que la propia satisfacción.
Entonces llegó el momento de la elección de destinos y sin pensarlo dos veces apliqué a los formularios de hada madrina, mi madre ese dulce y ambivalente ser me lo advirtió, no quería verme sufrir con un -casi seguro- rechazo, pero tampoco quería detener mis sueños.
La elección no fue la más acertada, ¿Quién confiaría en una bruja? ¿Cómo creerían que mis intenciones eran buenas? ¿Por qué dejarían en mis manos los destinos de princesas indefensas? Si las brujas poseen el lado maligno de la naturaleza, las hadas madrinas por el contrario poseen el bueno, era lógico, no se podía esperar nada bueno de una bruja que sin más, intentaba pasar de un bando a otro.
Años de lucha en contra de la discriminación, siglos enteros tratando de comprender la desconfianza que causaba mi origen de bruja, vidas y vidas intentando demostrar que no tenía malas intenciones, que no buscaba engañarlos. Esfuerzos inútiles por una oportunidad para demostrar que quería y podía utilizar mis poderes para hacer el bien.
“Nací Bruja, moriré bruja”
Solía repetirme los momentos en que me daba por vencida, cuando tenía ganas de levantar las manos y dejar de intentar, dejar que el mundo siguiera con su historia y ser bruja, simplemente, como lo fue mi madre como lo serían mis hijas.
Sentía un dolor inmenso en el corazón, pidiendo la oportunidad que no me dieron, hasta que de tanto buscar sortilegios y rebuscar mi destino en libros, firmé un tratado de paz con mis orígenes, con mi esencia… nunca antes me sentí tan feliz, nunca antes sentí el orgullo por el reflejo que me regalaba el espejo, a partir de esa decisión sabía yo que podía ser buena pero también podía ser mala sin mayores explicaciones… a partir de ese momento podía ser libre sin necesidad de demostrar a nadie mis intenciones, mi pasado o mi futuro.
Aprendí conjuros destinados a las hadas madrinas, utilicé mi fuerza interior de bruja, pero sobre todo acepté que ambas partes formaban parte de mi ser. Libre de los estereotipos, pude ser buena y mala de acuerdo a mi código moral sin consultar el ajeno, ya nadie se asombra de encontrar arco iris en mi patio y culebras en la puerta.
Nací bruja, es cierto, quise ser hada madrina para encajar en las normas, hasta que encontré mi felicidad y ahora vivo en libertad ejerciendo de hechicera.